Wednesday, April 16, 2008

Relato Erotico


Relato Erotico

Estaba rascándome la nuca y entonces, de una manera tonta, arrojé un lápiz por la oficina, viendo despreocupadamente cómo rebotaba de la pared al archivador y, desde allí a la gruesa moqueta que alfombra el suelo.
Me lo había merecido. No hace mucho, me promocionaron en el trabajo. El puesto me ofrecía bastante más dinero, pero también muchos más dolores de cabeza y mucho menos tiempo libre que dedicar a los míos. Lo mismo ocurría en todo lo referente al sexo. No parecía tener nunca tiempo de gozar de sus placeres, como antes hacía. Había cometido el error de dejarme absorber por el trabajo, en vez de procurar que fuera al revés.
Esta reflexión vino acompañada de una decisión.
Mi secretaria pasó en aquel momento por enfrente de la puerta del despacho.
- ¡Ana! - le ladré, lamentando al instante el tono de voz empleado.
Ana penetró en el despacho con una actitud de cautela grabada en la cara. Ella se sentía tan acosada como yo. Suavizando el tono, empecé con el dictado, una vez se sentó en una silla con lápiz y papel.
- Llama al Club de Tenis y anula la partida que tengo con Rodrigo. Luego ponte en contacto con esa pequeña boutique que hay en la esquina. Dile a Gracia que pasaré por alli y que quiero un traje negro y una camisa gris de seda y una corbata que haga efecto. Me tomo esta tarde libre y todo el fin de semana libres.
Levanté la mano para frenar las protestas de Ana.
- Esta noche tengo una cita y no voy a dejar que nada interfiera en mis planes. ¿Lo entiendes? Nada.
Ana cerró el pico y comunicó el "recibido"con un gesto de su cabeza.
- Si tuvieras que localizarme por cualquier motivo urgente, deja el mensaje en el contestador automático de mi casa; pero asegúrate antes de que es realmente urgente- dije, pinchando el aire con un dedo, para ponerle más énfasis a la última de mis palabras.
Recliné la espalda en la silla y sonreí por lo que tenía que haber hecho hace semanas.
- Vamos a cambiar algunas cosas, empezando por mí.
Empezaba a mostrarme nervioso y me alegré por ello, ¡Hoy será la noche!

Horas más tarde me acompañaban a una mesa situada en el rincón más sugestivo y menos iluminado del restaurante. Yo estaba ilusionado como un adolescente. Una mujer algo bajita pero muy sexy, de cabellos negros, me saludó calentándome la sangre con una sonrisa. Eras tú Sara.
- Dios estás fantástico- me piropeaste desnudándome con la mirada.
Me besaste en la mejilla y yo me levanté para dejarte que te sentaras en el interior del reservado semicircular.
- ¿Por qué lo dices, Sara?- repuse con calma, desbaratando con éxito la primera intención, que era sonreir agradecido. te apreté la mano con suavidad.
- Parece que hace siglos desde que no nos vemos.
- Si- dijiste- Todavía conservas el atractivo de los años mozos aunque ya estás en los cuarenta. De hecho las canas te hacen más interesante. Tus ojos verdes siempre refulgieron ante la visión de unos pezones enhiestos como los míos-
- ¿Tienes frio?- te pregunté con falsa inocencia.
- No- suspiraste, mientras descansabas una mano en tu pantorrilla.- No a decir verdad, tengo mucho calor-.
Cuando mis brazos te rodearon los hombros, mi mano rozó el tirante de tu vestido y lo fui deslizando hacia abajo, sigiendo la dirección del brazo. La mitad superior de los senos quedó al descubierto, asomando la piel más morena de las areolas por encima de la tela, sujetada de forma inestable por la dureza de los pezones. No te molestaste en taparlos y aumentaste la presión sobre mi muslo, contenta de comprobar que la longitud del mantel nos proporcionaba un poco de intimidad.

Un joven camarero de piel morena apareció por la mesa para ofrecernos la carta, y para lanzar miradas furtivas a tus tetas casi descubiertas. Cuando elegí el vino, el camarero volvió a mirar de forma repetida en tu dirección, temiendo o deseandp que tu vestido terminara por mostrar el resto. Inspiraste profundamente de forma intencionada, levantando las tetas y estirando el vestido; el camarero se quedó esta vez boquiabierto.
Te pasé el brazo por los hombros para mirar contigo la carta y, al hacerlo, mi codo despalzó el tirante que aún quedaba en su sitio. Te giraste levemente hacia mí y tu teta derecha se aplastó contra la aspera del traje negro que había comprado esa misma tarde. Este roce te originó pequeñas punzadas de placer que hicieron que estos se endurecieran todavía más. Mientras yo me esforzaba en aparentar que miraba la carta, me acariciaste el muslo, aproximándote lentamente hacia la bragueta, que empezaba a incharse.
Te rodeé de nuevo con mis brazos y te frote los hombros, haciendo que tus tetas se movieran tentadoras bajo la mirada atenta del camarero, que no perdía comba de lo que allí sucedía.
Empecé a dictar al camarero los platos que queríamos cenar, pero el camarero parecía estar mucho más interesado en la firme redondez de tus tetas. Por fín tomó nota y se fue.
Aprveche ese momento para mover mis dedos hábilmente por,los tus hombros y luego,los acerqué a la suavidad de luna de las tetas. Te di un ligero apretón y un pezon se salió de la tela, quedando fuera.
Hiciste un gesto para volver a cubrir el pezón saltarín, te toqué la mano y susurre:
- ¿A quién le importa? Nadie puede vernos ya.
Y me aseguré de ello apagando de un soplido la única luz, que nos daba una vela situada sobre la mesa. Creo que en aquel momento te daba igual que nos vieran o no. Por la pasión que ponías en tus movimientos parecía que por que a ti respectaba podríamos habernos puesto a hacer el amor allí mismo en pelotas encima de la mesa. Estabas ardiendo y ese calor iba pasando cada vez con más prisa a tu vulva.
Alzaste tu pierna y la colocaste encima de mi rodilla, al oido me dijiste que tenias tu vagina llena de flujos y lista para que lo pudiera comprobar. te giraste un poco para coger unos pañuelos de papel de tu bolso y al volver a la postura anterior te sorprendiste al verme bajandome la cremallera y liberando mi pene para que este campara a sus anchas.
Una gota de liquido seminal se encontró con tu mano mientras disponias los pañuelos en torno a mi pene. Realmente me dejaste sorprendido cuando impregnaste tu mano en mantequilla y deslizaste la mano por todo mi pene, constriñendo con fuerza la base y disminuyendo la presión a medida que se acercaba a la arruga sensible. Y gemia como un colegial y tuve que sumergir la cabeza entre tus cabellos, para amortiguar el ruido de mi respiración entrecortada.
Entre tanto la mano que me quedaba libre, la fui acercando al interior de tus muslos, con una deliberada lentitud, calculando la presión sobre la carne y la velocidad de forma que,al llegar a su destino, la resistencia hubiera muerto antes de poder luchar. Al final llegó. Tuve que tomar aire cuando mi mano toco la mata de pelo. Con un movimiento rápido introduje mis dedos en tu vagina. Mis dedos ahora pegajosos por los fluidos te hicieron extremecer y con gusto comprobe que había merecido la pena el esfuerzo y el tiempo empleado en llegar hasta tu tesoro.
Me encontraba a medio de una carrera desenfrenada. Tú excitación hizo que me pidieras a través de tus movimientos, alivio a gritos y diste un golpe de caderas para que mis dedos se hundieran bien dentro y así lograrlo. Al hacerlo no tuve por menos que morder suavemente tu cuello, y cuando lo hice soltaste un suspiro apasionado. Mis dedos seguian moviendose en tu interior siguiendo un ritmo secreto que por suerte yo solo conozco. Pero había una sorpresa. Un dedo provocador empezo a frotarte el clítoris; primero en circulos y luego acariciando los suaves labios menores.
_¡¡¡¡Qué placer!!!- susurraste en mi oido.
Mi pene estaba tieso como una barra entre los dedos de tu mano engrasada, moviendose arriba y abajo según tu decidieras. Estaba a punto de explotar y tu lo sabías. Para volver aún mas loco de excitación empezaste a mover, tus caderas, tu culo en torno a mis dedos.
-¡¡¡¡¡Vuele a tocarme el clitoris....!!!!!- me dijiste, ya loca de placer.-¡¡¡¡¡Quiero correrme en tu mano.....-
Un quejido de placer reverberó en tu oido cuando exploté. Mi semen salió a chorretones mientras boqueaba como un pez fuera del agua.
Al notar mi esperma caliente en tu mano se te contrajeron los músculos de la vagina, succionando mis dedos en cada espasmo. Yo seguía describiendo circulos en tu clítoris, ahora palpitante. Al oido me decias casi sin poder hablar que veías lucecitas bajo los parpados y que apenas oias los ruidos del restaurante.

Momentos después abrias los ojos con precaución y te incorporaste al asiento.
_ ¿Tienes hambre?- te pregunte.
Despues de intercambiarnos unas caricias y depues de un precioso guiño tuyo de complicidad nos regalamos el paladar...

Escrito el 4 de diciembre del 1998

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